sábado, 24 de enero de 2009

El hombre que se sentía triste

Rodeado de un ejército de hombres él se sentía triste.

Su cuerpo ya cansado de darle señales, y agotado de stress, dijo basta una tarde de septiembre.

El poder lo obsesionaba, siempre anhelaba ser el mejor, defenderse con uñas y dientes, dar batalla a quien osara enfrentarlo. Jamás se rendía, siempre daba combate.

Decidía sobre otros y su futuro con una simple acción, su firma.

Era muy pulcro, refinado y enérgico, incansable en lo laboral. Hay que producir era su lema.

Llegado el final del día rendido de tanto trajinar sólo encontraba bullicio y soledad en su entorno. No hallaba su espacio, ya no disfrutaba de la lectura de la charla hogareña. Todo lo construido también parecía lo ideal, esposa, hijos bien educados conforme al nivel social, encaminados hacia el buen gusto. Todo era perfecto pero carecía de contenido. Había luchado por años para decidir también su felicidad futura, pero aunque perfecta no era lo que lo satisfacía, carecía de ese calor de hogar, al llegar.

Ya solo en su sofá con una copa en la mano, los lentes puestos dispuesto a emprender una lectura con una música de fondo, la mente se disparaba y pensaba en lo preso que se sentía. Siendo tan libre no podía disfrutarla, cumplía con todo los papeles pautados pero se olvidaba de su persona, de su sentir, se  había convertido en un autómata, en un hombrecillo triste.

Rememoraba aquella mañana en el parque ese encuentro casual que lo marcó y lo despabiló cual baldazo de agua helada sobre la cara.

Ella se veía etérea, libre sin tiempos demasiados justos, corría todas las mañanas sonriente y fresca. Él que siempre apresurado en su marcha, jamás se había detenido a mirar la naturaleza desde ninguno de los bancos, oler los aromas, escuchar el cantar de los pájaros, el sonido de la ciudad aún dormida, los colores de la naturaleza.

Ese día de sol radiante se detuvo por cinco minutos y fue allí cuando la joven sin querer tropezó con él y como se sintió tan avergonzada sólo atinó a preguntarle la hora. El contesto muy formal y hasta se diría altanero y sin quererlo de pronto la simpleza de la niña lo impactó y lo bajó de nivel. Comenzó a preguntarle cosas nimias se encontraron así dialogando sin proponérselo.

Ella se mostraba muy feliz y resuelta, con una vida más allá de los problemas. La vida la había golpeado mucho y por ello cambio su actitud hacia la misma, siendo solamente positiva, renaciendo día a día, y eso era lo que emanaba y en lo que este señor tan estructurado y tan elegante se había prendado.

Para ambos había pasado el tiempo sin darse cuenta, fluía tanta química. Se despidieron tras darse cuenta de la demora, era una de las pocas veces que llegaba tarde a su puesto de trabajo. Lo raro..... se sentía feliz y renovado.

En lo sucesivo él pasaba por el mismo lugar para encontrar a su trotamundos angelical, se volvieron a ver unas cuantas veces más, cafés de por medio. Era su cuota diaria de frescura. Comenzó a sentir que vivía, que reconocía otros aspectos de la vida, que él también renacía a partir de la mano de un hada diez años menor a él.

Eso era lo que últimamente tenía en su mente durante toda la jornada en sus momentos de soledad y en compañía de su alma. Sólo en ella pensaba. Sabía que no podía comprarla, no se vendía, no se compartía. Su dinero no significaba nada, tampoco su cargo ni su apellido. También se sentía un cobarde porque era consciente que la única manera de tenerla era dejar todo, un precio demasiado alto que no estaba dispuesto a ceder ya que su ambición manejaba su vida. Debía llegar íntegro al poder, aunque sólo su integridad sea de papel.

El día que le comunicaron su ascenso al puesto de poder por el que tanta energía había depositado, abren la puerta de su oficina y lo encuentran tendido en su escritorio con una carta a medio empezar:

 

“Me enseñaste a disfrutar de lo simple, nada vale mas que vivir el día a día, quiero compartirlo con vos. Hoy empiezo a vivir.

De nada vale el poder si no tengo con quien compartirlo.

Dejo esta prisión, me libero....si no es en esta vida  ¿deberé esperar a la otra? vos decidís...”

Era tarde para el cambio, su corazón dijo adiós.

En ese momento por la radio se escuchaba la siguiente noticia decía: “halla sin vida  a una joven haciendo aeróbicos en parque central, se presume falla cardiaca”

Realmente ¿fué tarde?, nunca es tarde dijeron al encontrarse los dos.

 

 

 

5 comentarios:

  1. Aunque uno no haya ganado batallas, igualmente cree tenerlo todo, pero se siente solo.
    A veces en un mar de infelicidad encontramos una isla feliz, pero suelen ser pequeñas, el mar las erosiona.
    Bello relato.
    Un beso.

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  2. lo bueno es que al menos presentaste batalla, y esa es la felicidad mayor creo despues de capitalizar el resultado
    un beso

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  3. aquí estoy recorriendo tu espacio ya que te ví como seguidora del mío, pero sin dejar tu huella......
    me gustaría que lo hagas la próxima vez, ya que la mayoría de los amigos que tengo en la red son extranjeros.
    estaría bueno tener a alguien de mi tierra, no???
    un abrazo y me encanta tu casa

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  4. Lundo e sinsível, com o frescor da manhã.
    Obrigada por sua visita e pelo comentário sobre meu poema.
    Beijo.

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  5. Me gustó mucho.

    En cuanto a si es tarde?... que tu relato nos ponga a pensar, que la vida es hoy, aquí, que ella vale la pena, y cada uno de nosotros, en escencia, también.

    Los cambios deben generarse para que la vida cobre sentido y sea mejor. Es un aporte de cada uno para vivir en un mundo mas piadoso.

    Un abrazo y me quedo en tu blog.

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